Desmontando mitos viajeros: ¿el agua que se va por el desagüe gira al revés en el hemisferio sur?

Desmontando mitos viajeros: ¿el agua que se va por el desagüe gira al revés en el hemisferio sur?
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Uno de los alicientes que nos empujan a viajar bien lejos es el de comprobar si determinadas ideas, prejuicios o mitos son verdad. Como que los búlgaros afirman con la cabeza para decir “no”, y niegan con la cabeza para decir “sí”, justo al revés que nosotros. O que los alemanes son cuadriculados y robóticos. O que los japoneses nunca admiten no conocer la calle por la que les preguntas, y pueden enredarte durante largos minutos antes de decir “oye, que ni repajolera idea”.

Uno de los mitos más extendidos, que seguro que ha llevado a muchos viajeros a tirar de la cadena una y otra vez, o quedarse como un tonto mirando el sumidero del fregadero o el lavamanos, es que en el hemisferio sur, el agua se marcha dando vueltas revés de cómo lo hace en el hemisferio norte.

De hecho, es un mito tan arraigado que muchos viajeros afirman que, en efecto, el agua gira al revés según en qué lugar del mundo se encuentren.

Sin embargo, siento ser como el pitufo gruñón que os chafa la fantasía, pero que el agua del sumidero gire de una u otra forma nada tiene que ver con el punto geográfico en que nos encontremos. No importa que tiremos de la cadena en Australia o en Svalbard.

efecto coriolis
La razón que arguyen los que creen en este mito es que la Tierra gira sobre sí misma, pero la velocidad de giro es mayor en el Ecuador que en los polos del planeta. Eso provoca que los cuerpos en movimiento se desvíen de la línea recta y giren hacia la derecha en el hemisferio norte, y hacia la izquierda en el hemisferio sur.

Y ello tiene una parte de verdad: de hecho, los cuerpos se comportan de esa manera precisamente gracias al efecto Coriolis, bautizado así como Gaspard Gustave de Coriolis, el ingeniero y matemático francés que describió por primera vez el efecto en el año 1835.

El efecto, de hecho, es tan real que influye en el programa de las trayectorias de los aviones, para no desviarse del rumbo fijado. Los soldados de artillería también deben hacer una pequeña corrección cuando disparan los cañones si pretenden tocar un objetivo que se encuentra a más de 100 metros de distancia.

Boca de tormenta de la Antigua Roma en Ostia Antica en Italia
Y en este último punto reside el quid de la cuestión: para que el efecto Coriolis sea apreciable, el objeto debe recorrer como mínimo cientos de metros. Es decir, que el agua de nuestro lavabo, que apenas recorre unos centímetros, está muy poco sometida al efecto Coriolis. Hasta el punto de que es totalmente inapreciable. Lo que realmente influirá en el sentido del giro del agua será, entonces, la dirección del grifo, la forma del lavabo, y otros detalles contextuales. Otro motivo podrían ser las acanaladuras (el agua baja pegada a las paredes, no por el centro), que bajan en espiral en el sentido de las agujas del reloj, y en otros al revés, según el país.

Para comprobarlo, basta con mirar distintos lavabos de tu misma ciudad, o incluso de tu misma casa, y comprobarás que algunos giran hacia un lado, y otros hacia el otro.

Al margen de esto, en 1961, la revista Nature publicó que el doctor Ascher Shapiro, al norte del Ecuador, había detectado el efecto Coriolis en experimentos que demostraron que el agua corrió en sentido antihorario al salir de un tanque de dos metros de ancho. En 1965, un equipo de la Universidad de Sidney dirigido por Lloyd Trefethen repitió el experimento al sur del Ecuador y halló, en efecto, que el agua salía girando en el sentido contrario.

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