América en moto. Biosfera 2. El fracaso de la selva en el desierto

América en moto. Biosfera 2. El fracaso de la selva en el desierto
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Arizona es un estado peculiar en Norteamérica. Gran parte es desierto y otra gran parte del territorio es una reserva india conocida como Navajo Nation, donde ya nadie baila con lobos pero campan a sus anchas el alcoholismo, la drogadicción y la obesidad. Los primeros blancos que atravesaron esta dura y seca geografía fueron los españoles de la expedición de Vázquez de Coronado en 1540. López de Cárdenas, subalterno suyo, descubrió el Cañón del Colorado y tuvo que darse la vuelta sin poder cruzarlo. Como premio por su hazaña, le recibió un consejo de guerra. Aunque sin duda, el verdadero héroe de esta tierra fue el capitán Juan Bautista de Anza, quien en 1775 logrará llegar por tierra desde Nuevo Méjico a California.

Mucho ha cambiado Arizona desde entonces. En apenas cinco años ha desplazado a Florida como paraíso de los jubilados ricos. No hay ese calor húmedo del Caribe, no hay bichos asquerosos, ni caimanes y sobre todo no hay cíclicos huracanes. ¿Qué más se puede pedir? Pues agua corriente y aire acondicionado para soportar los 45 grados centígrados del verano. Desde que canalizaron el Lago Roosevelt hasta Phoenix, la ciudad ha multiplicado por cinco su área metropolitana. De un extremo a otro de la inmensa ciudad puede haber más de cien millas.

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De la aridez se ha pasado al paraíso. A golpe de dólar, las buganvillas brotan en el secano. Así las cosas, no debería resultar tan extraño toparse con una selva tropical brotando sobre los desolados peñascos del desierto, aunque para permitir tamaño prodigio se haya tenido que alzar un gigantesco invernadero con pretensiones de mundo paralelo, presurizado y autosuficiente. En el inmenso y árido páramo que rodea Tucson existe desde 1985 una perfecta muestra de la narcisista arrogancia del Prometeo capitalista estadounidense. Sobre el polvo se erige una descomunal cúpula de vidrio y fibra que relampaguea bajo el hiriente sol. Bienvenidos a Biosfera 2: la historia de un fracaso científico con visos de prosperar como pelotazo urbanístico.

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El proyecto de construir un ecosistema cerrado le costó 200 millones de dólares a Edward Bass, uno de esos ricos riquísimos que sólo se dan en Estados Unidos. En casi hectárea y media, cubiertas por una campana acristalada, hay jungla, manglares, bosques y hasta un océano con su arrecife de coral. Este mundo en miniatura se diseñó para subsistir autónomo, capaz por sí sólo de regenerarse, alimentarse y reciclarse. No debía abrirse en absoluto y permanecería estanco y autosuficiente. Sin embargo, ya hace tiempo que el complejo dejó de estar herméticamente sellado. Los únicos tripulantes que hoy en día recorren su interior son los escasos turistas apuntados a un tour entre necrófilo y naturalista. La primera pregunta es obligada: ¿Por qué se llama Biosfera 2? Pues porque la primera biosfera es la propia Tierra.

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La visita es amenizada por un guía, mitad científico mitad animador, que explica con gestos teatrales por qué en el Atlántico sur no hay huracanes o cómo algunas plantas sobreviven sin una gota de lluvia. Mientras tanto, por los engranajes del metamundo discurren gruesas tuberías de agua. El ruido de los acondicionadores es ensordecedor. Enfriar este inmenso delirio consume toneladas de energía. Pero donde la visita se vuelve de verdad necrófila es al entrar en la zona que ocuparon las dos infortunadas misiones tripuladas. Los vacíos monos de colono y los tristes objetos personales que aún permanecen allí otorgan al lugar un ambiente de buque fantasma, algo así como el que se vivía en la nave Nostromos pilotada por Sigourney Weaver cuando luchaba en total soledad contra el primer Alien de la saga.

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Todas las misiones fracasaron. En 1991 se encerró la primera durante 2 años. No pudieron alimentarse de lo que cultivaban. Hubo que insuflar oxigeno porque se agotaba rápidamente, quizá debido a las bacterias aerobias que proliferaron sin haber sido invitadas. Fueron lo único que proliferó, porque casi todos los demás animales murieron. La segunda misión fue todavía peor. Empezó en marzo del 1994, debía durar diez meses, pero en abril una quinta columna de descontentos y derrotistas abrió todas las puertas para boicotear el experimento. Fue un auténtico motín que dio al traste con todo el proyecto de vida autosuficiente.

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Sin embargo, según apuntan los responsables actuales del proyecto, la rebelión en sí se puede considerar un verdadero éxito de Biosfera 2. Para ellos los más notables resultados científicos del mundo hermético del desierto no se dieron en la germinación de vegetales, sino en el campo de la conflictiva psicología de confinamiento: los elegidos para la gloria habían superado exigentes pruebas de admisión, se suponían maduros, estables y comprometidos, pero en cuanto comenzaba la convivencia, se dividían casi de inmediato en facciones, conspiraban, se odiaban abiertamente y hasta se escondían la comida.

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Desde un punto de vista psicosocial, se puede decir que el experimento Biosfera 2 fue todo un éxito. Los odios cainítas germinaron mejor que cualquier semilla. Aunque también podría objetarse que para constatar semejantes fenómenos de egoísmo y conflicto, quizá no hubiera hecho falta gastarse tantos millones de dólares ni plantar un manglar en el desierto. Habría bastado con leer a Hobbes, quien los describió con mucho tino hace ya bastantes siglos.

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Fotos:Miquel Silvestre

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