Lucas y Altea han puesto el turbo. Llegaron a China hace unas semanas y todavía andan con los ojos abiertos como platos. El contraste de Vietnam a China entrando por Kunming es para darle un infarto a uno o para encontrarse en el cielo. Nadie atosiga, las motos son eléctricas y apenas hacen ruido, existe el transporte público, los supermercados gigantes. Uno se pregunta a veces si se encuentra en un país comunista o en el más capitalista. Todo parece civilizado, excepto los escupitajos que van disparando los nativos con un especial sonido gutural de aviso al transeúnte, aunque uno acaba acostumbrándose.
Después de un merecido descanso en una ciudad tranquila se encaminaron a explorar la preciosa región de Yunnan. Visitaron la preciosa Dali, con sus murallas imponentes con vistas al lago y sus deliciosas setas que ni Ferran Adrià ha probado en sueños. Se pasaron por Lijiang, ese precioso decorado chino y durmieron con la mama de las mamas de toda la China. Emprendieron camino entre las fauces del Yangzé recorriendo las escarpadas pareces del salto del tigre y llegaron hasta Zhongdian, también llamada Shangri-la por los chinos por tal de arrastrar el máximo de turismo posible, donde existe uno de los templos tibetanos más importantes del oeste de la China. De ahí emprendieron rumbo a la región de Sichuan por carreteras infernales, por puertos a más de 4.000 metros de altura subiendo en primera marcha y vistas espectaculares al abismo y a praderas tibetanas donde se practica el mítico y sobrecojedor funeral celeste.
Finalmente, después de horas y horas por carreteras indomables y autocares a medio gas, llegaron a la capital de Sichuan, Chengdú, donde ahora están recabando información sobre cómo llegar al Tibet.
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