Los viajes de Martha Gellhorn: siempre pesaba 56,5 kg y su lema era "ir a otro país, otro cielo, otro idioma, otro escenario"

Los viajes de Martha Gellhorn: siempre pesaba 56,5 kg y su lema era "ir a otro país, otro cielo, otro idioma, otro escenario"
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La biografía de Martha Gellhorn es fascinante, sobre todo para los que sueñan con lo que hay más allá del horizonte (tanto físico como psicológico). Gellhorn fue una de las mayores reporteras de guerra de la historia, lo que la condujo a pisar muchos países en su vida, coleccionando toda clase de experiencias y aventuras; algunas de las cuales resultan, incluso, difícilmente creíbles.

Aprovechando el estreno del primer biopic de Martha Gellhorn (Gellhorn y Hemingway, película en la que Nicole Kidman interpreta el papel de la reportera de marras), voy a explicaros los más sorprendes hitos de esta mujer que no se parecía en nada a ninguna otra mujer de la época.

Nacida en 1908, en la localidad estadounidense de Saint Louis, Gellhorn sostenía que un aspecto físico saludable y una buena presencia eran imprescindibles para conducirse por la vida, así que siempre se mantuvo en un peso justo de 56,5 kilos, y fortaleció su estructura muscular practicando toda clase de ejercicios (a sus 85 años aún hacía dos sesiones al día de largos de piscina de 45 minutos cada una).

Por ello, y también a causa de su mente revolucionaria y heterodoxa, fue la primera mujer de la sociedad londinense que exhibió un traje negro con la espalda descubierta. Uno de sus lemas era: “ir a otro país, otro cielo, otro idioma, otro escenario“. No entendía el vivir como otra forma que no fuera el perpetuo movimiento, un nomadismo recalcitrante que la llevó a presenciar muchos de los acontecimientos que marcaron el siglo veinte.

Despreciaba a todos aquellos que no abandonaban su madriguera en busca de otros horizontes por temor a morir o a salir mal parado en el intento, sin darse cuenta de que con aquel modus vivendi ya habían firmado su sentencia de muerte por anticipado.

Con esta máxima instalada en su corazón, Gellhorn exprimió la vida. Con un equipaje funcional, una máquina de escribir, 75 dólares y una teoría, “uno puede ser en la vida lo que quiera, siempre que esté dispuesto a pagar un precio por ello“, en 1930 se mudó a París y trabajó para Vogue, cubrió en Londres la Conferencia Económica Universal de 1933, se subió al Missouri Pacific Railway con destino a México para asistir a un rodaje de Eisenstein y entrevistar a Diego Rivera.

También pasó largas estancias en la Casa Blanca haciendo de confidente de la primera dama, combatió con visceralidad junto a los oprimidos ondeando la bandera del New Deal, mantuvo una tórrida relación epistolar con H.G. Wells en la que recibió de él un sabio consejo literario, “nunca uses comas”, acabó en los brazos de Hemingway en el hotel Florida de la madrileña Callao, refugio de corresponsales extranjeros que cubrían la Guerra Civil española.

También conoció en Barcelona al fotógrafo Robert Capa, al que consideraba su verdadero hermano, trabajó de corresponsal desde el hotel Dorchester de Londres tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, recorrió el Caribe tras la ofensiva japonesa en el sudeste asiático, capeando las lluvias, los huracanes y las hormigas rojas para informar acerca de la actividad de los submarinos.

Se coló en un barco hospital que cruzaba el canal de la Mancha para asistir a la invasión aliada de Francia, cruzó la costa del Adriático junto al contingente de tanques y vehículos blindados que arremetería contra la Línea Gótica nazi, se separó de Hemingway tras conseguir que se divorciara de su esposa para casarse con ella y Hemingway, herido en su orgullo, comparó la vagina de Gellhorn con el cuello de una vieja botella de agua caliente y la calificó de “puta de combate”.

Asistió a la primera sesión del juicio de Nuremberg tras haber contemplado en primera persona el horror del campo de concentración de Dachau, viajó a Tierra Santa tras la proclamación del Estado de Israel, se instaló en Roma en los 50 después de huir avergonzada de la Caza de Brujas, visitó Polonia para descubrir cómo era la vida de los jóvenes detrás del Telón de Acero.

Se aficionó al buceo en África, casi se ahogó en una playa de Hawai, fue víctima de un ataque de piojos marinos en las islas Fiji, visitó a la viuda de Osip Mandelstam en Moscú para llevarle medicinas, un chal de cachemira, un frasco de Arpège, catorce pares de medias de nailon, mermelada de naranja, grabaciones de Menuhin y otras cosas importantes.

Se estiró la piel para olvidarse de que la llamaban octogenaria, castigó su cuerpo con ejercicios cada vez más espartanos para combatir los achaques de la edad, sufrió una violación en Mombasa y, como colofón de su agitada vida, casi ciega, condenada a un sedentarismo que ella había equiparado a una muerte en vida, aquejada de un cáncer de ovarios y de hígado, sostuvo con cierta melancolía que, en vez de haberse pasado al vida defendiendo a la gente decente, podría haberse quedado en cama leyendo novelas de misterio; entonces se suicidó tomándose una píldora venenosa.

Una mujer única, en definitiva. Una viajera entre viajeras, tanto de geografías físicas como mentales. Un ejemplo para no dormirnos nunca en los laureles, porque la vida es corta, y hay mucha gente que está más muerta que viva, aunque sus constantes vitales no lo certifiquen aún.

Foto | Wikipedia | Wikipedia

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