El lado más redneck o paleto de Estados Unidos, recorriendo la Ruta66 (y IV)

El lado más redneck o paleto de Estados Unidos, recorriendo la Ruta66 (y IV)
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En la anterior entrega de este artículo os hablaba de Walmart, y de la cantidad de obesos que recorren Estados Unidos.

En Walmart hay de todo. Los dueños de Walmart son están entre las personas más ricas del mundo. Tiene más de dos millones de empleados. Sus ventas anuales rozan los 450.000 millones de dólares, más que el PIB de las cuatro quintas partes de los países del mundo.

En Estados Unidos se considera al sedentarismo como la segunda mayor amenaza de salud pública, solo superada por el consumo de tabaco. El 85 % de los estadounidenses son esencialmente sedentarios y que el 35 % lo son totalmente. El americano medio camina menos de 120 kilómetros al año: poco más de 2 kilómetros por semana, apenas 350 metros al día.

Como para reafirmar aquella imagen de gente paralítica y abotargada consumiendo hasta que sus carnes estallasen como la botonadura de una camisa, al anochecer arribamos a Amarillo, la ciudad más grande y próspera del Panhandle. Y en Amarillo se hallaba el hiperbólico restaurante Big Texan.

Big Texan
Nos aseguraron que podríamos comer gratis. La condición indispensable era comer, zampar como un cerdo. El Big Texan se conoce en toda América por servir un steak de buey de 72 onzas (poco más de dos kilogramos), acompañado de patatas al horno, ensalada de col y magdalenas con mantequilla. Si el comensal lo embaulaba todo en menos de una hora, el restaurante te recompensaba por tu hazaña invitándote a aquel opíparo banquete.

–¿Te atreves? –Se me revuelve el estómago sólo de pensarlo. –Pues hay gente que lo logra. –Viendo lo que nos rodea, me lo creo. –Podemos ir sólo como curiosidad… y cenar una frugal ensalada, para tocar las narices. –Mejor.

Y allí pasamos el resto de la noche, en un local barroco y humeante, que atufaba a carne asada y a grasa calcinada, rodeados de familias completas de gordos patológicos que comían y comían hasta quedar ahítos. Y entonces bebían algún refresco burbujeante para ensanchar el estómago y volver a la carga. Más que un restaurante me recordó a una orgía dionisíaca de la antigua Roma.

Sólo faltaba que algunos parroquianos se provocaran el vómito con dos dedos o con algún emético a fin de dejar espacio para más comida. Nosotros, pues, éramos como dos vegetarianos rodeados de caníbales.

Habíamos pasado de las volutas caligráficas de los letreros en gótica alemana y bastardilla de Europa a los pirotécnicos carteles de neón donde se anunciaban bombas de triglicéridos. Pero aún quedaba un buen trecho hasta California. Y mucho neón que ver.

Fotos | Wikipedia En Diario del viajero | Mi experiencia conduciendo por la mítica Ruta66

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